lunes, 24 de enero de 2011

EL CONSTRUCTIVISMO DE VIGOSKY

EL CONSTRUCTIVISMO
Por: Daniel Humberto Moscol Aldana.

Vygotsky es considerado el precursor del constructivismo social. A partir de él, se han desarrollado diversas concepciones sociales sobre el aprendizaje. Algunas de ellas amplían o modifican sus postulados, pero la esencia del enfoque constructivista social permanece. Lo fundamental del enfoque de Vygotsky consiste en considerar al individuo como el resultado del proceso histórico y social donde el lenguaje desempeña un papel esencial. Para Vygotsky, el conocimiento es un proceso de interacción entre el sujeto y el medio, pero el medio entendido como algo social y cultural, no solamente físico.
Por otro lado, el aprendizaje como demanda social, establece ciertas exigencias para el aprendizaje, diferentes a las que existían unos años atrás. En estos ámbitos actualmente se emplean términos como “sociedad de la información”, “sociedad del conocimiento”, “sociedad del aprendizaje”, para caracterizar la nueva época histórica. Ahora, la sociedad se ha hecho más exigente en cuanto a las demandas de conocimientos y destrezas que exige a sus ciudadanos. Un mundo de cambios acelerados requiere de nuevos aprendizajes, y la posibilidad de disponer de múltiples saberes alternativos, en cualquier dominio del conocimiento humano, crea la necesidad de lograr una integración y relativización del conocimiento que no puede seguir.

Hoy, el mundo laboral requiere de una formación permanente como consecuencia del cambiante mercado del trabajo: un mercado flexible e incluso impredecible que, unido al acelerado cambio de las tecnologías, obliga al trabajador a estar aprendiendo de manera continua. La exigencia de aprendizajes continuos y de manera masiva es uno de los rasgos más visible que definen a la sociedad moderna, al punto de que la riqueza de un país no se mide ya en términos de los recursos naturales disponibles, sino de sus recursos humanos, su capacidad de aprendizaje; por ello, el Banco Mundial ha introducido el “capital humano”, medido en términos de educación y formación, como nuevo criterio de riqueza. Los procesos de globalización colocan en primer plano el valor ? incluso económico? del conocimiento y, por consiguiente, de los mecanismos que permiten su progreso y diseminación, es decir, la investigación y la educación. En efecto, una economía en la que el conocimiento puede llegar a ser el principal recurso productor de riqueza plantea a las instituciones sociales nuevas y exigentes demandas de eficacia y responsabilidad. Igualmente, los procesos de globalización no serían posibles, con el ritmo y extensión con que hoy se están dando, sin la concurrencia de la tecnología, incluso porque la capacidad de aprovechamiento y de desarrollo tecnológico de un país depende estrechamente de la formación de sus recursos humanos. Sin embargo, estas son consideraciones que, aunque válidas, resultan insuficientes para enfrentar con éxito la actual crisis de la formación humana.
Si hay una verdad indiscutible sobre el hombre moderno, algo en lo que todos los estudiosos de la especie humana coinciden, es el hecho de que éste vive en un ambiente de cambio continuo. Los ambientes cambiantes exigen readaptación permanente. La forma de adaptación más elaborada en los humanos es, tal vez, el aprendizaje. Por tanto, un mundo cambiante, socialmente construido como el nuestro, requiere la revisión de sus metas de educación y formación. La tendencia más humanista afirma que esta meta no debe ser otra que la facilitación de este aprendizaje (Roger, 1969; Bruner, 1972; Lipman, 1992). Pero, ¿cuáles son los obstáculos del mundo moderno, que impiden que el aprendizaje fluya de un modo natural y sea socialmente facilitado? Las interpretaciones de este fenómeno actual son variadas, desde el punto de vista sociopsicológico hay una que parece interesante como hipótesis explicativa, y que sustenta la necesidad de implementar programas de intervención en los aprendizajes humanos. El análisis psicológico de la personalidad permite comprender que con la edad la tendencia en el desarrollo humano es el aumento visible de su capacidad para dirigirse. En la medida que una personalidad sana se desarrolla aumenta la necesidad de independencia. Sin embargo, ¿qué sucede fuera de esta persona que busca su independencia? Hay un problema real, y que resulta paradójico: mientras aumenta la necesidad de independencia de los individuos, la cultura no fomenta el perfeccionamiento de las competencias requeridas para su autodirección (Knowles et al., 2000) por lo tanto, aparece un vacío entre la necesidad y la capacidad de dirección. Las consecuencias de este fenómeno para la personalidad son múltiples y en la literatura psicológica se recogen en diversas manifestaciones de conductas inadaptadas o síntomas de desequilibrios más o menos acentuados como pueden ser las tensiones, resentimientos, resistencias y rebeldía. La idea de Mezirow (1981) sobre “la perspectiva transformacional” es básica para el enfrentamiento a esta paradoja actual: para lograr que la persona encuentre los modos de hacer viable su independencia dentro de su contexto cultural, es necesario que aprenda a transformar su modo de pensar sobre sí mismo y sobre su mundo; para ello se requiere fomentar la “reflexividad crítica” (Brockfield, 1986).

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